mayo 20, 2010

Amores de hombre libre




"Hombre libre, siempre amarás la mar".

Charles Baudelaire



Para vos, como decir mar



El día de ayer cual “nómadas del viento” nos lanzamos en desbandada a la premier (así se dice, ¿no?) de la película “Océanos” en el Auditorio Nacional. No voy a detenerme en narrarles la aventura “churrigueresca” vivida, ya que eso es parte cotidiana de los usos y costumbres de cualquier chlilango que se respete. Baste mencionar que tal evento generó una gran convocatoria, lo que puede ser atribuible a: el interés generalizado por la ecología, la difusión de los medios, que el film fuese francés, la presencia del secretario Elvira Quesada o simplemente porque era de a grapa.

La película es tremendamente recomendable aquí les dejo la página oficial, pero verla no solo me lleno la pupila de maravillosas escenas, también logro hurgar en mi memoria, y revivió emociones de antaño, de cuando mi libro favorito era “El viejo y el mar”, de mi interés por la vida marina –tanto que incluso ingrese a la UABCS-, pero especialmente cuando me declaraba ferviente admirador del comandante Cousteau.

Por esa época mi hermana me regalo un modelo a escala del calypso –el bello y más famosos barco oceanográfico del mundo- el cual coloque en mi cuarto, mientras disfrutaba los documentales de aquel, viejo con gorro rojo y acento francés.

Cousteau fue un adelantado a su época, a los 32 años fue el coinventor del equipo autónomo de buceo - Aqua-lung- Revelaba que de niño soñaba con extender los brazos y volar, y que ahora era capaz de hacerlo sin alas. "Podíamos rozar el agua con la cara, movernos, propulsarnos hacia adelante con las aletas... Estemos en aguas profundas o en aguas superficiales, sentimos nuestro propio peso igual que los peces que ondulan a nuestro lado".

Admiraba de Cousteau su pasión por la naturaleza y especialmente por el mar, su lucha contra cazadores de ballenas, empresarios vertedores de venenos y desde luego, por su batalla frontal a las pruebas nucleares en el atolón de Mururoa en la polinesia francesa. Yves Cousteau se definió a sí mismo como "explorador y cineasta de televisión". Sus documentales aún ahora se siguen comercializando exitosamente.

Todavía recuerdo cuando me entere de su muerte (el 25 de junio de 1997) fue un evento que me consterno profundamente, porque él representaba para mí; no solo un héroe infantil, ni tampoco un documentalista más, tampoco por la pérdida irreparable para la humanidad -que sin duda fue-. Mi consternación se debía a que Cousteau personificó para mi, toda una época de amor quijotesco por el mar, en esos días no concebía mi vida lejos de sus playas y atardeceres, me decía a mi mismo que había nacido con alma de pirata, rumbero y jarocho trovador de veras. Adoraba sumergirme en sus aguas y sentir, efectivamente, esa libertad que da el volar sin alas.


Yo creí que esa pasión se había desvanecido al paso de los años, pero la película de ayer la revivió y la regreso envuelta, en olor a brisa marina.


Ya con esta me despido, porque voy a sacar del viejo arcón el documental “el mundo silencioso” y soñar con aquella “mujer perfumadita de brea, que se añora y que se quiere, que se conoce y se teme” por que como apuntaba el viejo en la novela de Hemingway

“siempre la mar. Así es como le dicen en español cuando la quieren. A veces los que la quieren hablan mal de ella, pero lo hacen siempre como si fuera una mujer”.










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