abril 28, 2010

De “altas traiciones” y amores infantiles

Alta traición

No amo a mi patria.

Su fulgor abstracto

es inasible.

Pero (aunque suene mal)

daría la vida

por diez lugares suyos,

cierta gente,

puertos, bosques de pinos,

fortalezas,

una ciudad deshecha,

gris, monstruosa,

varias figuras de su historia,

montañas

-y tres o cuatro ríos.

Estando en la fiesta del libro y la rosa, hubo chance de asistir a las charlas, que presentaron Mónica Lavín y Eduardo Antonio Parra, tituladas: “los libros que cambiaron mi vida”.

Esto me llevo a recordar una frase de Andrés Henestrosa: “Soy resultado de los libros que leí cuando niño”. Y preguntarme:

¿Qué libros? podría decir que me marcaron.

La verdad es que yo de chavalín, solo leía tiras cómicas y a lo mucho el memin.

Eso de la leída me llego en la adolescencia. Cuando un día, más por aburrimiento que por curiosidad, me acerque al pequeño y viejo librero de la casa. Así fue como tope con “Los náufragos del Liguria”.

La experiencia fue interesante, por lo que me seguí con “los tigres de la Malasia” –donde por supuesto me enamore de la Perla de Labuán- a ritmo lento e intermitente me fui leyendo algunos más; unos pasaron sin pena ni gloria, otros fueron haciendo su labor. En eso estaba cuando llego a mis manos “Las batallas en el desierto” de José Emilio Pacheco.

No es mi intención, relatar uno de los libros más leídos hoy por hoy, baste recordar las palabras de Carlos -su protagonista- para entender lo demoledor, que es al amor a esa edad, un quehacer que nace fracasado, desprovisto de toda posibilidad.

“Voy a guardar intacto el recuerdo de este instante por­que todo lo que existe ahora mismo nunca volverá a ser igual. Un día lo veré como la más remota prehistoria. Voy a conservarlo entero porque hoy me enamoré de Mariana”.


Recordar es volver a vivir -dicen nuestros abuelos, y dicen bien- Toda infancia pasada fue mejor –solo cierto porque fue la nuestra-.

Como saben, acaban de entregarle a José Emilio Pacheco el premio Cervantes, noticia que nos refresca como agua en el desierto. Ante las apabullantes reseñas de asesinatos y curas pederastas.

A manera de catarsis, les dejo una selección de declaraciones que el maestro, nos obsequio a partir de que se supo, ganador del premio Cervantes:


“¡Estoy zorimbo, turulato o patidifuso! Esa me parece una palabra muy precisa: ¿Cómo se siente?: Patidifuso”, declaró haciendo gala de su manejo del español. ¿Y qué va a decir en su discurso? Adelanta: “Mi descubrimiento de Cervantes. Leí las versiones infantiles y tardé bastante en llegar a leer El Quijote; ya lo he leído tres veces, pero no me atrevería a hablar realmente de El Quijote, ni de Cervantes”.

“No tengo tiempo para escribir, estoy muy emocionado, pero me inhibe (el Cervantes) mucho porque soy plebeyísimo” y abunda: “Sólo escribo discursos de agradecimiento porque todos han sido muy amables conmigo, aunque estoy aterrado porque la semana que viene voy a España y todavía no he terminado el discurso del Cervantes. No puedo dar un paso. Para colmo, ahora, me acaban de nombrar Doctor Honoris Causa por la Universidad Nacional Autónoma de México, junto a Mario Vargas Llosa, a Noam Chomsky y a Carlos Monsiváis”.

Estando en la Feria del Libro de Guadalajara, recibió una llamada "al amanecer" de la ministra española de Cultura, Ángeles González-Sinde, La ministra "me dio la noticia y me hundió en una irrealidad quijotesca de la que aún no despierto", dijo el poeta.

Ante el asedio de la prensa, desacredita sus méritos: “Yo no me asumo como nada, yo escribo nada más; no puedo tener un propósito delineado. Lo que sale es realmente lo que pienso, pero que no sabía que pensaba”.

Y apropósito de la embarazosa anécdota que sufrió el maestro (la cual sorteo espléndidamente) en la entrega del premio Cervantes (aquí con profundo respeto) así comento:

"no te puedes envanecer" nunca. "Yo nunca me había puesto traje de pingüino, que requiere tirantes, y no los llevaba", confesó. "Pero no me gusta dar una imagen de despistado, que a mí me va mucho desgraciadamente.

José Emilio es y será un referente, para los que tienen la suerte de tomarle gusto a los libros.

Los jóvenes lo adoran, lo noto cotidianamente en el transporte público, cuando miro un adolecente radiante, con uno de sus libros, no puedo dejar de pensar que; el poeta José Emilio lo volvió a conseguir.

“Fracasé. Fue mi culpa. Lo reconozco./ Pero en manera alguna pido perdón e indulgencia./ Eso me pasa por intentar lo imposible”.