marzo 11, 2010

Aprender a pensar.

Las cinco en punto de la tarde. Nos disponíamos a tomar la taza de té reglamentaria en uno de nuestros pequeños descansos. Las reuniones de la sociedad Real Británica eran entretenidas pero en ocasiones extensas. De pronto se hizo el silencio y todos dirigimos nuestra atención hacia el presidente, Sir Ernest Rutherford, quien había comenzado a relatar una anécdota...

“...Una vez fui elegido árbitro imparcial entre un profesor y un alumno. El profesor quería suspender al alumno un examen de física y éste aseguraba que su respuesta era correcta. Tras aceptar la responsabilidad del cargo me relataron los acontecimientos.

El examen decía así: “Demuéstrese cómo es posible determinar la altura de un edificio con la ayuda de un barómetro”.

(La presión atmosférica varía con la altura. Con el barómetro podemos medir la diferencia de presiones entre dos alturas y determinar así la altura de un edificio, una montaña o la altura a la que vuela un avión).

La respuesta del estudiante había sido simple y correcta: “Si subimos a la azotea del edificio y atamos una cuerda al barómetro, basta descolgarlo hasta que llegue al suelo y medir la longitud de la cuerda; ésta nos dará la altura del edificio”.

Tenía un serio problema. El estudiante había respondido correctamente y no se le podía suspender. Por otro lado no estaba demostrando que tuviera los conocimientos necesarios de la materia, como para aprobársela.

Le dimos una segunda oportunidad al estudiante para resolver el problema, pero esta vez advirtiéndole de que tenía que demostrar sus conocimientos de física, pues eso era lo que se trataba de evaluar. Le concedimos seis minutos para responder.

El estudiante comenzó a pensar. Tic, tac, tic, tac... Pasados cinco minutos le pregunté si deseaba abandonar la sala. Me sorprendió su respuesta: “Tengo muchas soluciones al problema pero no sé cual elegir...”

Excusándome por la interrupción le pedí que continuara. El alumno comenzó a explicar: “Podemos lanzar el barómetro desde lo alto del edificio y medir con un cronómetro el tiempo que tarda en llegar al suelo. Aplicando la fórmula de la cinemática que nos da el espacio, en función del tiempo y la aceleración de la gravedad, podemos calcular la altura desde la que lanzamos el barómetro, que coincide con la altura del edificio”.

El alumno volvía a responder correctamente y esta vez demostrando sus conocimientos de la materia. El profesor le puso la nota más alta y el conflicto quedó resuelto. Sin embargo me había sorprendido tanto la respuesta del alumno acerca de las muchas soluciones, que lo abordé curioso a la salida de la sala para que me las explicara. El alumno muy amablemente me indicó que nos sentáramos en un banco y comenzó a hablar:

“Bien, otro de los posibles métodos para resolver la cuestión podría ser medir la sombra y la altura del barómetro. A continuación medimos la sombra del edificio y aplicamos una sencilla proporción entre las sombras y las alturas del barómetro y el edificio.”

“Otro procedimiento, un poco simple pero efectivo, sería tomar el barómetro e ir marcando en la pared su altura, una a continuación de la otra, hasta llegar a la parte superior del edificio. El numero de marcas multiplicadas por la altura del barómetro, nos dará la altura del edificio”.

“Un método más sofisticado sería atar una cuerda al barómetro y descolgarlo desde la azotea. Si lo hacemos oscilar tendremos un péndulo. Midiendo la aceleración de la gravedad al descender el barómetro en su trayectoria como péndulo, podremos calcular la altura del edificio con ayuda de la trigonometría”.

“Del mismo modo, si en el caso anterior descolgamos el barómetro hasta el suelo y lo hacemos oscilar como un péndulo nuevamente, podremos obtener la altura del edificio con sólo medir el periodo de oscilación del péndulo”.

“En fin, existen otras muchas maneras de resolver el problema, aunque quizá la más sencilla sea tomar el barómetro, golpear con él la puerta del conserje del edificio en cuestión y preguntarle la altura del edificio a cambio de un bonito barómetro”.

Viendo llegar el fin de nuestra entretenida conversación, no pude por menos que preguntarle si no conocía la respuesta que su profesor esperaba desde un principio, usando el barómetro para medir las diferentes presiones en la base y en lo alto del edificio... “Por supuesto que la conozco”, respondió, “pero durante mis estudios los profesores han intentado enseñarme a pensar...”

...

¿Quién era ese alumno Sir Rutherford? Preguntamos todos al unísono ansiosamente. “El señor Niels Bohr” respondió contundentemente.

Niels Bohr, físico danés, Premio Nobel de física en 1922. Gran innovador introdujo la teoría cuántica al proponer el primer modelo atómico, en el que se considera el átomo formado por un núcleo de protones y neutrones (carga positiva), alrededor del cual los electrones (carga negativa) giran a gran velocidad.

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